
Desde el mismo día en que cerré mi primera etapa en el Atlético de Madrid tuve la convicción de que, algún día, volvería a pisar el Vicente Calderón vestido de rojiblanco. Durante mi etapa en Inglaterra regresar a casa nunca fue una opción real, aunque los medios agitaban rumores frecuentemente. Siempre que jugaba el Atleti hacía todo lo posible por seguirlo en directo. Así pude disfrutar de las victorias y de los títulos como un aficionado más. También tuve la oportunidad de regresar como rival, con el Chelsea en ‘semis’ de Champions, y el recibimiento de la afición fue tan emotivo y sincero que me hizo revivir las sensaciones de mi primera etapa en el club. Meses después, el puzzle encajó de forma natural e inesperada: por fin volvería a vestir la rojiblanca y lo haría como siempre quise, para competir con una edad óptima de mi carrera deportiva. Se cerró el círculo.
Cuando brotaron las negociaciones me encontraba en Dubai, en una concentración de invierno con el A.C. Milan. Quedaba poco para fin de año y el día 30 de diciembre teníamos programado allí un amistoso contra el Real Madrid. No llegué a jugar el partido. Esa misma mañana volé hacia Madrid con una sensación que no experimentaba desde hacía años: sin billete de vuelta. Ya en la llegada al aeropuerto me sentí abrumado por el cariño de la afición. Y sólo era el principio.
Mis primeras horas de regreso en Madrid fueron muy intensas. Al día siguiente pasé reconocimiento médico y poco después me entrené por primera vez en el Cerro del Espino con el ‘profe’ Ortega, el preparador físico del Atlético. Los recuerdos se agolpaban en mi cabeza y era como vivir un sueño. El día de fin de año por fin pude ejercitarme con el resto de la plantilla bajo las órdenes de Simeone, fue un día de sensaciones magníficas para acabar el año de la mejor manera. Por delante quedaban días de duro trabajo para alcanzar el punto de forma óptimo con el único objetivo debutar lo antes posible.
Sin embargo, antes del estreno, ya tuve la ocasión de vestir la rojiblanca en el Calderón y poder agradecer a la afición todo su cariño. Fue el 4 de enero, en la presentación oficial. Cuando se trata de la afición del Atlético siempre puedes esperar lo máximo. O aún más. Por eso no puedo decir que no esperara lo que allí sucedió. Ya en los pasillos del estadio, cuando me dirigía al lugar de la presentación, me llegaron algunas fotos de las gradas repletas de aficionados. No me hacía a la idea de que algo tan grande estuviera sucediendo unos metros por encima de mi cabeza. Algo increíble… excepto cuando se trata de la afición del Atlético. Se cifró la asistencia en 45.000 personas.
Desde que marché en julio 2007 las muestras de cariño fueron muchas y constantes… Cuando volví de rival con el Chelsea, cuando la gente me veía por la calle y me decía: “Yo estaré tranquilo el día que te vuelva a ver en el Calderón”. Cuando mi vuelta era ya una realidad me convencí de que para los atléticos significo más de lo que yo mismo podía esperar. Mis hijos, que me acompañaron al saltar al césped aquélla mañana, me preguntaban “papá ¿cuándo empieza el partido?”. Con el tiempo entenderán lo que pasó. Fue una mañana inolvidable para toda la familia, que estuvo a mi lado una vez más en otro de los momentos más felices de mi carrera deportiva.
Tres días después llegó el momento: por fin pude volver a debutar con la camiseta rojiblanca. El destino quiso que ocurriera ante el Real Madrid, en un derbi de Copa del Rey. Vencimos por 2-0 en el Calderón, no se podía empezar mejor. Pero lo mejor aguardaba para el partido de vuelta en el Bernabéu. No había marcado antes en Concha Espina y logré dos tantos, uno al comienzo de cada tiempo. Fue un día para disfrutar. Griezmann me sirvió dos balones sensacionales y pude estrenarme a lo grande, con dos tantos que ayudaron al equipo a pasar a cuartos de final. Mi primer gol en el Calderón llegaría poco después, en la misma competición y ante otro gran rival: el F.C. Barcelona. Un estreno inmejorable que ni tan siquiera podría haber soñado cuatro meses atrás.
A finales de agosto había decidido cambiar Londres por Milán en busca de nuevos retos. Siempre había sentido simpatía y admiración por el club ‘rossoneri’, uno de los grandes de Europa. Apostaron fuerte por mí y me dijeron que iba a ser un jugador clave para ellos. Por desgracia después de unos meses empecé a no contar para el entrenador, Filippo Inzaghi, una decisión que respeté al ciento por ciento, pero que me obligó a mirar hacia adelante y buscar otro destino. En este escenario surgió el interés del Atlético y no tuve dudas. Mi futuro era rojiblanco, al igual que mi pasado.
Regresé al Atlético en busca de mi felicidad. Cuando era niño mi gran sueño era jugar en el Atlético de Madrid. Entonces lo conseguí y regresar siete años y medio después significó para mí hacer realidad otro sueño. Fue todo un honor jugar para Liverpool, Chelsea y Milan, pero una cosa me queda muy clara: como el Atleti no hay ninguno.







































