¡Quién lo iba a decir! Al final jugar menos minutos resultó una ventaja. Es lo que sucedió en la Eurocopa de Polonia-Ucrania 2012, donde conseguimos con la Selección repetir título para el palmarés de España. A nivel de equipo fue fantástico: cerramos un círculo que nadie ha logrado hasta ahora, encadenar tres trofeos Eurocopa-Mundial-Eurocopa. A nivel personal también hubo recompensa: tres dianas y un pase de gol, uno de los tantos otra vez en una final, me sirvieron para lograr la Bota de Oro del campeonato. Fue la recompensa perfecta a una temporada repleta de títulos, fruto del esfuerzo y la perseverancia en momentos difíciles. Un año para aprender y recordar.
Tenía dudas sobre si estaría o no en la Eurocopa. El día de la convocatoria definitiva pasé toda la mañana pendiente para saber si podría estar con mis compañeros en la cita. Cuando te ves fuera y escuchas la llamada se recibe con más ilusión, casi más que la primera vez. Por eso, al escuchar mi nombre sentí una alegría inmensa. Tenía ante mí la oportunidad de hacer historia ganando otra Eurocopa y me invadieron unas ganas inmensas de darlo todo por lograr el objetivo.
Me incorporé en una segunda tanda a la concentración en Suiza. Con Juan Mata, llegamos después de jugar y ganar la final de Champions con el Chelsea en Múnich. Mis sensaciones eran inmejorables. Me encontraba pletórico, físicamente fresco, con ilusión y también con menos minutos en las piernas que muchos de mis compañeros. En resumen, afrontaba el campeonato con muchas ganas. Me sentí afortunado por haber podido estar en la final de Viena 2008, en Sudáfrica 2010 con el campeonato mundial y ahora con la oportunidad de hacer más historia. Sabíamos que lograr el título era factible si dábamos de nuevo lo mejor de nosotros.
El campeonato arrancó con el único tropiezo que sufrimos. En el debut nos medimos a Italia y firmamos un empate (1-1). Poco sospechamos entonces que nos cruzaríamos de nuevo con los italianos en la final. Era una posibilidad, aunque pensar en la final nada más empezar el campeonato era mirar demasiado lejos. Había que ir paso a paso. Dentro del grupo vencimos a Irlanda (4-0) y a Croacia (1-0). Sólo en esos dos partidos tuve la ocasión de entrar en el once inicial. En el primero ante Irlanda conseguí anotar dos goles. En cuartos de final superamos a Francia (2-0) con dos tantos de Xabi Alonso en un partido redondo, pero muy trabajado. En la siguiente ronda tocó sufrir ante Portugal, con el partido más complicado del campeonato y en el único en el que no participé. El empate inicial no se movió durante ciento veinte minutos y hubo que recurrir a la tanda de penaltis que definitivamente nos situó nuevamente en otra final.
En el partido definitivo, otra vez contra Italia, todo resultó mejor de lo que nunca hubiéramos soñado. Desde el comienzo vimos que iba a ser un partido completamente distinto al del empate en Gdansk. Sólo duró 14 minutos el resultado inicial. El cabezazo de Silva nos dio ventaja y Jordi Alba elevó a dos la distancia justo antes del descanso. Tras el descanso, los rivales apuraron sus tres cambios y se acercaron a nuestra área con bastante peligro. La tensión se mascaba en el ambiente y la expectación era máxima, pero las incertidumbres se disiparon cuando Motta, poco después de entrar al campo, cayó lesionado y no pudo continuar. Con un hombre más logramos amarrar el partido hasta ese el último tercio de la final donde me convertí en protagonista.
Tenía buenas sensaciones. Había conseguido dos goles en esta Eurocopa y con el partido a nuestro favor sabía que podía aportar remate al equipo. El balón era nuestro y las jugadas se dilataban con la precisión en el toque que siempre ha caracterizado a este equipo. Sólo tenía que esperar al centro adecuado y, cómo no, llegó de las botas de Xavi. Como en Viena, otra vez fue él quien vio con claridad el desmarque. Me la dio perfecta al hueco para controlar y embocar a gol. En el uno contra uno con Buffon decidí chutar cruzado con el interior al segundo palo y así conseguí el tercero de España. La alegría fue desbordante, otra vez marcar en una final resultaba algo increíble ¿Qué más podía pedir? ¿Un gol más? Tuve la ocasión en una jugada similar, centro al hueco de Busquets y control para encarar al portero. Entonces vi desmarcado a Juan Mata que entraba solo en el área. Decidí el pase en corto. Ese tanto cerraba el marcador.
Concluido el partido, y ya con el trofeo de Campeón en nuestras manos, me comunicaron que había conseguido la Bota de Oro del torneo. Otros jugadores había conseguido tres goles, pero la asistencia a Mata y los minutos disputados jugaron un papel fundamental para decantar en mi favor este trofeo tan especial que me entregaron unos meses después en Stamford Bridge en Londres.
La fiesta sobre el césped fue tan espontánea como siempre. Este equipo no se acostumbra a ganar y el título nos supo como si fuera el primero. Apenas reparamos en que habíamos conseguido algo histórico, encadenar Eurocopa-Mundial-Eurocopa. A la celebración se sumaron nuestras familias, en especial los niños, que se lo pasaron en grande festejando en Kiev una hazaña más de esta unión de futbolistas que ya, pase lo que pase, siempre será historia del fútbol.